La entrevista de Javier Gallego a Pablo Iglesias deja varias cosas claras.
La primera es que es muy fácil ser una estrella mediática cuando te
ponen delante a Inda o a Marhuenda, pero que cuando se trata de hablar
de principios sólidos o de responder a preguntas directas no da la
talla. Ni de lejos.
La segunda es el enorme y disparatado ego del
personaje. En el pasado me referí varias veces a él como un mesías, y
quizá en algún momento exagerase, pero el problema es que empieza a
creérselo. Le hace falta alguien que le recuerde que es mortal.
Tercera, sigue con una alarmante ausencia de argumentario. Más allá de
las consignas vacías, ya cansinas de tanto repetirlas, no se atreve a
más. La indefinición calculada seguramente dé votos, pero resta
credibilidad, al menos desde mi punto de vista, que tiene un defecto:
tengo ideología y principios, y estoy orgulloso de ello.
Cuarta,
ya fiede el tema de los profetas de su fracaso. No recuerdo a nadie que
anunciase un fracaso en su marcha del 31 de enero. Nadie en sus cabales
haría semejante predicción, sabiendo la enorme cobertura mediática con
la que cuenta. No deja de ser una exhibición de victimismo, en el que
abundaré más tarde. Por otro lado, si contraponemos la cobertura
mediática de dicha movilización (¿pidiendo qué?, cabría preguntar) a la
de otras movilizaciones a mi juicio verdaderamente importantes, quizá
nos sorprendamos por la sobreexposición de una manifestación vacía de
ideología y la ocultación de las otras, de mayor calado. Al raciocinio
de cada uno dejo buscar las razones.
Quinta: Javier Gallego, al
principio, hace una observación muy acertada, que es la disminución de
las movilizaciones de verdad tras la irrupción de Podemos. Quizá a nadie
le haya llamado la atención este tema, puede que una casualidad, pero
en todo caso, su respuesta, como en tantas otras cosas, no está a la
altura.
Sexto: el victimismo da para el regate en corto y otorga
réditos abundantes a corto plazo. A largo resulta de nuevo cansino que
para defenderse de cualquier crítica, incluso de las razonadas y
bienintencionadas, se escude en hacerse la víctima. Eso ya lo hace la
tan repetida “casta” y no tiene nada de nuevo. Incluso huele a rancio.
Séptimo, relacionado con lo anterior: cuestionado sobre el tema de
Monedero, sus respuestas no están, de nuevo, a la altura de lo que
predica. Decir que es ejemplo de algo es un insulto. No lo es de nada.
Independientemente de dónde venga el dinero ni por qué, hacer
triquiñuelas fiscales para pagar menos impuestos contradice
completamente los principios que proclama. No son los principios que
proclama los que me convencen de votar o no a alguien, sino los hechos. Y
los hechos distan mucho de sus grandilocuentes proclamas. Por supuesto,
al final el Mesías acaba por enfadarse por las preguntas, cuando el
problema, como suele suceder, radica en las respuestas. En las que no
tiene, y de ahí el enfado. Por eso en el minuto cuarenta, Javier Gallego
debe recordarle que ahí están como entrevistado y entrevistador, porque
encima le echaba en cara que eran amigos. Muy lamentable. Debió creer
que jugaba en casa, en La Sexta, con las gradas llenas de hinchas enfervorecidos
aplaudiendo cualquier cosa.
Octavo: Le preguntan sobre Venezuela y
su limitado repertorio ya da pena. Dada su exposición mediática,
debería ayudar a contrarrestar los ataques infames del capital al
gobierno venezolano, elegido democráticamente. Pero claro, eso puede
restar votos y entonces los principios se diluyen.
Para
finalizar, aunque no lo cuente en esta entrevista, creo que ya va siendo
hora de que se olvide de esa historia de la señora mayor con la que se
cruza por la calle y le cuenta que votaba al PP y pero que ahora va a
votarle a él. Esa señora imaginaria en las próximas elecciones va a
votar a Albert Rivera. Un facha de cuidado, dicho sea de paso.
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