sábado, 8 de agosto de 2015

Clávate tú las banderillas

Por lo general, en los países civilizados, se considera el maltrato animal como síntoma de psicopatía. En España, si un individuo corta las dos orejas de un toro, es sacado a hombros de un recinto parecido a un anfiteatro romano, entre la algarabía generalizada de los asistentes a un espectáculo atroz de tortura salvaje.

Empiezan hoy en mi ciudad los festejos taurinos, con una cosa llamada “novillada con picadores”. Que me aspen si algún día quiero saber sobre qué versa eso. Ya para la semana que viene dejan las demás matanzas de toros. Por alguna razón que se me escapa, además, en los carteles que invaden las lunas de casi todos los bares de la ciudad, viene Gijón en grande y Xixón más pequeño. 

Las críticas a los espectáculos taurinos pueden ser muy variadas, y casi todas ellas serían por sí mismas una justificación suficiente para disolver un espectáculo extemporáneo e innecesario. Desde un óptica puramente animalista, podríamos hacer una sucinta descripción, evitando caer en lo más gráfico, de la tortura a la que es sometido el animal. Desde las banderillas que se clavan hasta el picador que le hace un boquete, pasando por espadas fallidas que crean más dolor. Del tipo ese que entrevistaron en una revista taurina diciendo que el toro no sufría prefiero no hacer comentarios porque igual acabo equiparándolo a Mengele. Su nivel profesional ya quedó perfectamente retratado.

Solo lo anterior ya debería ser más que suficiente, pero si buscamos un argumento más pragmático, puedo dejar caer que muchos festejos de este estilo son completamente deficitarios. De hecho, en muchas de las ciudades donde ha habido cambio de gobierno y ha entrado la izquierda, han empezado por retirar las ayudas públicas que gozaban estos festejos, lo que los ha convertido de golpe en económicamente inviables. Es curioso que muchos de los defensores de los toros son partidarios de recortar en coberturas sociales, pero se ponen como hidras si el recorte es en toros para comprar material escolar, como han hecho algunos ayuntamientos.

Hay más, desde el carácter filomachista que destila buena parte del ambiente taurino hasta la emisión de estas barbaridades en horario infantil por parte de algunas cadenas de televisión autonómicas. Un espectáculo que sería proscrito en cualquier rincón civilizado del planeta es aquí exhibido en televisiones, que además colaborarán en la viabilidad de unos festejos pagando derechos de retransmisión, otra manera de ayudar a un espectáculo que, si no, sería ruinoso del todo. Esto es doblemente censurable si la televisión es pública, ya que sería una segunda vía para hacer llegar fondos públicos a esta ruina, y que harían mucha más falta en otras mil cosas, como por ejemplo desarrollar una política cultural que no dé vergüenza ajena. 

Y hablo de política cultural porque por alguna razón que se me escapa, hay quien considera este espectáculo como “cultura”. Deseando no caer en elitismos, creo que para que algo sea considerado cultura debe tener, como mínimo, alguna aportación positiva a la sociedad. Por mucho que me esfuerce, en la tortura de toros no veo nada que se aproxime a ello.

Suele ser habitual citar a Gandhi cuando se habla de maltrato animal: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que se trata a sus animales”. Dado que aquí la “Fiesta Nacional” se basa en la tortura salvaje de animales, queda claro que de grandeza y progreso moral andamos muy escasos