Por lo general, en los países civilizados, se considera el maltrato
animal como síntoma de psicopatía. En España, si un individuo corta las
dos orejas de un toro, es sacado a hombros de un recinto parecido a un
anfiteatro romano, entre la algarabía generalizada de los asistentes a
un espectáculo atroz de tortura salvaje.
Empiezan hoy en mi ciudad los festejos taurinos, con una cosa llamada “novillada con
picadores”. Que me aspen si algún día quiero saber sobre qué versa eso.
Ya para la semana que viene dejan las demás matanzas de toros. Por
alguna razón que se me escapa, además, en los carteles que invaden las
lunas de casi todos los bares de la ciudad, viene Gijón en grande y
Xixón más pequeño.
Las críticas a los espectáculos taurinos
pueden ser muy variadas, y casi todas ellas serían por sí mismas una
justificación suficiente para disolver un espectáculo extemporáneo e
innecesario. Desde un óptica puramente animalista, podríamos hacer una
sucinta descripción, evitando caer en lo más gráfico, de la tortura a la
que es sometido el animal. Desde las banderillas que se clavan hasta el
picador que le hace un boquete, pasando por espadas fallidas que crean
más dolor. Del tipo ese que entrevistaron en una revista taurina
diciendo que el toro no sufría prefiero no hacer comentarios porque
igual acabo equiparándolo a Mengele. Su nivel profesional ya quedó
perfectamente retratado.
Solo lo anterior ya debería ser más que
suficiente, pero si buscamos un argumento más pragmático, puedo dejar
caer que muchos festejos de este estilo son completamente deficitarios.
De hecho, en muchas de las ciudades donde ha habido cambio de gobierno y
ha entrado la izquierda, han empezado por retirar las ayudas públicas
que gozaban estos festejos, lo que los ha convertido de golpe en
económicamente inviables. Es curioso que muchos de los defensores de los
toros son partidarios de recortar en coberturas sociales, pero se ponen
como hidras si el recorte es en toros para comprar material escolar,
como han hecho algunos ayuntamientos.
Hay más, desde el carácter
filomachista que destila buena parte del ambiente taurino hasta la
emisión de estas barbaridades en horario infantil por parte de algunas
cadenas de televisión autonómicas. Un espectáculo que sería proscrito en
cualquier rincón civilizado del planeta es aquí exhibido en
televisiones, que además colaborarán en la viabilidad de unos festejos
pagando derechos de retransmisión, otra manera de ayudar a un
espectáculo que, si no, sería ruinoso del todo. Esto es doblemente
censurable si la televisión es pública, ya que sería una segunda vía
para hacer llegar fondos públicos a esta ruina, y que harían mucha más
falta en otras mil cosas, como por ejemplo desarrollar una política
cultural que no dé vergüenza ajena.
Y hablo de política cultural
porque por alguna razón que se me escapa, hay quien considera este
espectáculo como “cultura”. Deseando no caer en elitismos, creo que para
que algo sea considerado cultura debe tener, como mínimo, alguna
aportación positiva a la sociedad. Por mucho que me esfuerce, en la
tortura de toros no veo nada que se aproxime a ello.
Suele ser
habitual citar a Gandhi cuando se habla de maltrato animal: “La grandeza
de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en
que se trata a sus animales”. Dado que aquí la “Fiesta Nacional” se basa
en la tortura salvaje de animales, queda claro que de grandeza y
progreso moral andamos muy escasos