sábado, 5 de marzo de 2016

Hagamos el amor en el Hemiciclo

Acabada la segunda ronda de votación en el show de la investidura, pocas conclusiones se pueden sacar más allá de las estéticas. En lo político todo sigue igual y a nadie parece importarle realmente. Recordemos que entre numerito y numerito, el paro en este país ha subido. Pero seguid montando el circo, hombre, no pasa nada.

Pedro Sánchez quedó lejos del objetivo para el que uno se presenta a la investidura, pero estaba cantado, de hecho, para mi de previsible casi ni es noticia. Solo logró sumar un nuevo apoyo, el de Coalición Canaria, pero los demás le han vuelto a decir que no en todos los idiomas del Estado Español y en algunos del extranjero. Ayer tuvo que aguantar un carrusel de “noes” tal que me imagino que cuando la diputada canaria anunció su cambio de posición le saltarían las lágrimas.

Mariano Rajoy sigue demostrando que es un gran parlamentario de los tiempos de Cánovas y Sagasta, pero que en el siglo XXI no se entiende ni él. De hecho, usa tantos arcaísmos que en ocasiones su cerebro cortocircuita y hasta suelta alguna verdad como que han “engañado a la gente”. Supongo que no está de más que el mismo ejecutor de los recortes y consentidor de las corruptelas varias de su partido tenga esos arrebatos de sinceridad en sus discursos decimonónicos. Aún no se da cuenta de que está caducado y huele a podrido.

Rivera aprovecha la coyuntura para lanzarse como un buitre sobre los despojos del PP, pero lo cierto es que da un poco de repelús. No sé por qué tengo la impresión que ese tipo que va de centro-derecha moderna y europea, si consigue la hegemonía en ese campo, acabará siendo un producto typical spanish de derechona rancia y casposa, de corte liberal en lo económico y tics autoritarios. Tiene algo su gestualidad cuando hablan otros y él está en su escaño que nada tiene que ver con la imagen de hombre de estado que pretende aparentar. No me fío un pelo de ese individuo. Y teniendo a su lado a un sujeto del pedigrí de Girauta, menos todavía.

Pero como siempre, el afán de protagonismo de alguno copó las fotos, convirtiendo de nuevo el Congreso en un plató de televisión. Ayer Pablo Iglesias se empeñó en ponerse amoroso, hasta ofreció su despacho en el Congreso como casa de citas, y le entró a Pedro Sánchez con una sutileza que solo se ve a altas horas de la noche. Supongo que Errejón habrá aprendido y trataría de mantener la cara de póker, porque el otro día, cuando lo de la cal, puso tal cara de empapizarse que daban ganas de llamar a una ambulancia. Si Pablo se salta muchas veces los discursos que le escribe Íñigo acabará por darle al pobre una apoplejía.

En todo caso, si Pablo Iglesias quiere demostrar que su amor es de verdad, tendrá que hacer algo que es de su especialidad, un gesto llamativo y visualmente potente que salga en la tele. Le recomiendo, por ejemplo, que siga la estela del imbécil de Xixón que prendió fuego a un contenedor de la basura para demostrarle a su ex-novia “que la llama de su amor no se había apagado”. Además, si lo ven avanzar hacia el Congreso con un contenedor de la basura y una lata de gasolina muy probablemente carguen los antidisturbios, o lo mismo llamen al ejército, con lo cual logrará la noticia del siglo.
Si nadie cargase, siempre puede poner esa pira justo en medio del hemiciclo, guiñarle un ojo a Pedro, e ir juntos de la mano al despacho de Pablo, para allí amarse con intensidad hasta lograr alumbrar un pacto.

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