Acabada la segunda ronda de votación en el show de la investidura,
pocas conclusiones se pueden sacar más allá de las estéticas. En lo
político todo sigue igual y a nadie parece importarle realmente.
Recordemos que entre numerito y numerito, el paro en este país ha
subido. Pero seguid montando el circo, hombre, no pasa nada.
Pedro Sánchez quedó lejos del objetivo para el que uno se presenta a la
investidura, pero estaba cantado, de hecho, para mi de previsible casi
ni es noticia. Solo logró sumar un nuevo apoyo, el de Coalición Canaria,
pero los demás le han vuelto a decir que no en todos los idiomas del
Estado Español y en algunos del extranjero. Ayer tuvo que aguantar un
carrusel de “noes” tal que me imagino que cuando la diputada canaria
anunció su cambio de posición le saltarían las lágrimas.
Mariano
Rajoy sigue demostrando que es un gran parlamentario de los tiempos de
Cánovas y Sagasta, pero que en el siglo XXI no se entiende ni él. De
hecho, usa tantos arcaísmos que en ocasiones su cerebro cortocircuita y
hasta suelta alguna verdad como que han “engañado a la gente”. Supongo
que no está de más que el mismo ejecutor de los recortes y consentidor
de las corruptelas varias de su partido tenga esos arrebatos de
sinceridad en sus discursos decimonónicos. Aún no se da cuenta de que
está caducado y huele a podrido.
Rivera aprovecha la coyuntura
para lanzarse como un buitre sobre los despojos del PP, pero lo cierto
es que da un poco de repelús. No sé por qué tengo la impresión que ese
tipo que va de centro-derecha moderna y europea, si consigue la
hegemonía en ese campo, acabará siendo un producto typical spanish de
derechona rancia y casposa, de corte liberal en lo económico y tics
autoritarios. Tiene algo su gestualidad cuando hablan otros y él está en
su escaño que nada tiene que ver con la imagen de hombre de estado que
pretende aparentar. No me fío un pelo de ese individuo. Y teniendo a su
lado a un sujeto del pedigrí de Girauta, menos todavía.
Pero como
siempre, el afán de protagonismo de alguno copó las fotos, convirtiendo
de nuevo el Congreso en un plató de televisión. Ayer Pablo Iglesias se
empeñó en ponerse amoroso, hasta ofreció su despacho en el Congreso como
casa de citas, y le entró a Pedro Sánchez con una sutileza que solo se
ve a altas horas de la noche. Supongo que Errejón habrá aprendido y
trataría de mantener la cara de póker, porque el otro día, cuando lo de
la cal, puso tal cara de empapizarse que daban ganas de llamar a una
ambulancia. Si Pablo se salta muchas veces los discursos que le escribe
Íñigo acabará por darle al pobre una apoplejía.
En todo caso, si
Pablo Iglesias quiere demostrar que su amor es de verdad, tendrá que
hacer algo que es de su especialidad, un gesto llamativo y visualmente
potente que salga en la tele. Le recomiendo, por ejemplo, que siga la
estela del imbécil de Xixón que prendió fuego a un contenedor de la
basura para demostrarle a su ex-novia “que la llama de su amor no se
había apagado”. Además, si lo ven avanzar hacia el Congreso con un
contenedor de la basura y una lata de gasolina muy probablemente carguen
los antidisturbios, o lo mismo llamen al ejército, con lo cual logrará
la noticia del siglo.
Si nadie cargase, siempre puede poner esa
pira justo en medio del hemiciclo, guiñarle un ojo a Pedro, e ir juntos
de la mano al despacho de Pablo, para allí amarse con intensidad hasta
lograr alumbrar un pacto.
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