Aquí pongo el titular del periódico que me ha parecido más acertado.
Hace unos días se aprobó en España la Ley Mordaza. No parece que haya
habido ningún cataclismo mundial, ni tampoco da la impresión de que
hayamos sufrido una merma importante en nuestras libertades. Sin
embargo, la ley impulsada por el piadoso Ministro de Interior es tal vez
uno de los mayores atentados ejercidos contra la libertad de expresión y
derechos como el de manifestación cometido en mucho tiempo.
En
España, con este tema siempre hemos caminado en la cuerda floja. Nos
gusta mucho proclamarnos como una democracia plena, aunque luego nos
quedamos escasos en según qué temas. Recuerdo, por ejemplo, el secuestro
judicial de un número de “El Jueves” por sacar a los entonces
príncipes, y hoy reyes, follando en portada. Tamaño ataque contra la
libertad de expresión no solo nos retrotrajo a tiempos que nos prometen
que han pasado, sino que además vino acompañado de un estruendoso
aplauso de aprobación por parte de algunos medios que, después, sacaron
en portada que “Je suis Charlie Hebdo” sin ponerse colorados. La defensa
de la libertad de expresión es una broma cuando se hace selectivamente.
Para abundar en este tema, el 27 de marzo conocimos la destitución de
Jesús Cintora como conductor de “Las Mañanas de Cuatro”. No es un tipo
que me pareciera un gran periodista, ni su programa, lleno de gritos y
jaleo, tampoco me parecía gran cosa. Sin embargo, el evidente manejo en
las entretelas de un gobierno podrido a más no poder, para hacer
desaparecer a un presentador que desde Moncloa juzgaban incómodo nos
pone en una tesitura que difícilmente podremos calificar de democrática.
Voy a hacer una pregunta retórica: ¿Se imaginan que esto sucediera en
Venezuela? Hace falta mucha imaginación, porque a pesar de las
barbaridades que nos venden los medios mercenarios del capital, eso solo
pasa en países difícilmente calificables como democracias. Por ejemplo,
en España.
El propio gobierno, en sus formas, da pocos ejemplos
de transparencia democrática. Para que el presidente dé una rueda de
prensa fuera de la pantalla de plasma, tiene que ocurrir una especie de
alineación planetaria. Las pocas veces que tamaño milagro sucede, se
puede observar a un político incómodo ante la preguntas, siempre
buscando salirse por la tangente o directamente rechazando determinadas
cuestiones.
Con estas hechuras, poco debe extrañarnos que
promulguen una ley digna de un estado fascista para reducir cualquier
tipo de respuesta en las calles. Las exageradas multas que ahora se
pueden imponer por el más nimio motivo son terroríficas. Ocupar una
sucursal bancaria para enfrentarse a los abusos hipotecarios tiene
premio de multa de hasta 600 euros, lo mismo que consumir bebidas
alcohólicas en la calle. Aunque en esto último el Ayuntamiento de Gijón
les lleva ventaja con su ordenanza antibotellón.
Fuera de las
pedreas, tenemos otras cosas muchísimo más graves. Por ejemplo, grabar a
las Fuerzas de Seguridad del Estado agrediendo a manifestantes
indefensos puede ir acompañado de una multa de hasta ¡30000 euros! No
solo puedes ser apaleado impunemente, si además se te ocurre grabarlo
como medio de denunciar el abuso, te puede caer una multa que poco menos
te arruinará la vida. Impedir un desahucio tiene un premio parecido, lo
mismo que fumarse un porro. Cualquiera diría que la ley de vagos y
maleantes ha sido reeditada, corregida y aumentada.
Pero como en
todos los sorteos, hay premios gordos. Manifestarse en infraestructuras
públicas, un gravísimo delito donde los haya, acarrea un tortazo de
hasta ¡600000 euros! No lo han leído mal ni me he pasado de ceros.
Seiscientos mil euros, escrito en letra. Cien millones de las antiguas
pesetas. Prefiero que me metan en la cárcel a que me casquen semejante
multa.
Buena parte de estas represivas medidas van dirigidas
también contra un medio que el gobierno trata de controlar: Internet.
Quién sabe, cuando el 1 de Julio esta ley entre en vigor, este texto
puede ser constitutivo de delito simplemente por publicarlo en Internet y
denunciar semejante atropello contra las libertades. Dado lo difuso de
algunas de las medidas, la interpretación puede ser demasiado amplia.
Hoy somos menos libres que hace un par de semanas, y como digo, no
parece que haya habido un cataclismo. Habría un cataclismo si esto
sucediera en Venezuela, pero como pasa en España todo queda tranquilo y
en paz. Y en silencio.