Con lo poco que se sabe del TTIP, su acrónimo inglés, o Tratado
Transatlántico de Inversión y Comercio, habrá quien diga: ¿y tú por qué
te opones, si no se sabe casi nada? Deberíamos tener una cosa muy clara
desde el principio: en cuanto se negocia con los Estados Unidos, se
pierde algo. Decía el profesor Alejandro Andreassi, en la charla del
jueves pasado, que Estados Unidos es el país más proteccionista del
mundo, pero busca hacernos a los demás liberales y antiarancelarios a
más no poder. Solo buscan su propio beneficio, y eso suele pasar por
pérdidas para los demás. Sobre todo para los trabajadores. Sí, como tú y
yo.
El TTIP apesta a los versículos neoliberales de la biblia
económica de los más carroñeros economistas. Los mismos que dicen que
cualquier derecho laboral es negativo para el crecimiento económico y
para el desarrollo del país. Esos derechos que buscan la dignidad y el
bienestar de los curritos, son obstáculos para sus negocios, que
enmascaran con toda la cara del mundo tras el desarrollo “del país”, o
más bien del capitalismo más voraz. El capitalismo siempre está
devorando por que el día que pase hambre porque digamos que hasta aquí
hemos llegado, nosotros comeremos y eso no puede ser.
Hay que
destacar que la negociación se lleva con el mayor de los secretismos.
Las cláusulas que se negocian son absolutamente opacas, y los pobres
tipos como nosotros, que vamos a sufrir sus consecuencias, no sabemos
casi nada de lo que allí se negocia. Si lo guardan todo tan en secreto,
no es difícil deducir que no les interesa que lo sepamos. Por algo será.
Mi oposición al tratado no va solo por la opacidad y por lo que se está
filtrando acerca del tema, que es bastante preocupante. Me preocupa,
sobre todo, que sea una cosa tan sucia que, además de hurtarnos los
términos de la negociación, nos birlen también el derecho a decidir
sobre ello. Cuando se trata de una decisión sobre nuestros destinos, no
me vale que se negocie en compartimentos estancos y luego se apruebe en
un parlamento domesticado. Háganlo público y pídannos opinión.
Hace años que sé que la Unión Europea no es precisamente democrática. Se
hacen elecciones, para mantener las apariencias, y se elige un
parlamento que es poco más que un teatro, donde se representan diversas
funciones y las traducen en resoluciones y directivas. La mayor parte
de las directivas y resoluciones que se aprueban son ignoradas por casi
todos los Estados Miembros, si son a favor de la mayoría de los
ciudadanos. Lo que pasa en el Europarlamento, a pesar de la gravedad de
muchas de sus decisiones, es clandestino. Por eso se confirma la
impresión de que es un cementerio de elefantes, donde los grandes
partidos depositan lo que les sobra para que vivan como dios, o
escenario del lucimiento de tronistas con coleta que se empalman al ver
al rey. Hay otros diputados que tratan de dignificar su trabajo, como es
el caso de los llamados de la Izquierda Europea, pero da la sensación de
que son trabajadoras hormigas en un templo dominado por multitud de
cigarras. O de elefantes muertos, como González Pons.
Sin
embargo, hay leyes que son aprobadas en el Europarlamento que cuando
benefician a las élites, y por tanto perjudican al trabajador, suelen
ser fielmente aplicadas por los estados vasallos a Alemania, como por
ejemplo España. No es un sitio para que lo ignoremos. Esto lo decía hace
un año, cuando se avecinaban las elecciones al parlamento europeo y
todo el mundo estaba pendiente de todo menos de eso. Ahora nos
encontramos con la negociación de un tratado servil a los Estados
Unidos, y al paso que vamos, o protestamos con muy alta voz o nos lo
vamos a comer con patatas.
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